El escritor bogotano John Fitzgerald ve en la literatura infantil un potencial enorme para hacer frente a la crisis migratoria venezolana, pues cree firmemente en el papel que los niños deben tener en este debate: de testigos, de compañeros y líderes de opinión de sus familias, barrios y colegios. Por eso, el tema de su más reciente novela, Lo que hicieron una vez los alienígenas, le llegó de forma natural: la migración.
Esta es la historia de Solymar, quien el primer día de clase les dice a todos sus compañeros que viene de otro planeta. Metáfora de que viene de otro país que, señas más, señas menos, es Venezuela (a pesar que este nombre nunca se menciona en el libro). Así, esta novela trata de la otredad, del mundo a través de los ojos de la infancia y de cómo todos, al final, no somos más que migrantes en busca de un lugar en el que ser felices.
¿En qué momento surge la idea de escribir una novela sobre la migración para el público infantil?
Para mí el tema de la migración no es algo nuevo. Cuando uno ha estado viviendo en otros países o en otros contextos o tiene personas cercanas que lo han hecho, empieza a sentirse afectado directamente. Los efectos de las diferencias de culturas, de raza, de historias se sienten de manera muy importante. Entonces, empieza uno a comprender que es un fenómeno que no solamente es de carácter local. No se trata únicamente del tema Colombia y Venezuela, sino que trata de las dinámicas históricas del ser humano. Así, desde hace algún tiempo venía pensando en trabajar el tema porque la experiencia de vivir en otros países se le va a uno enquistando y se le va convirtiendo a uno en la urgencia de hablar de eso. En mi literatura siempre han estado presentes temas como el extrañamiento, el otro, el diferente, aquel que cruza las fronteras no solo físicas y políticos, sino también las de la imaginación.
¿Qué es lo más difícil de abordar un tema como este, de migración? ¿O qué gratificaciones tiene?
Escribir sobre migración es, entre otras cosas, constatar la esencia del ser humano. Ahí uno empieza explicarse muchas cosas, como la construcción de la cultura y de las civilizaciones sobre la base de los movimientos migratorios. El ser humano ha sido siempre una criatura cuya existencia se debate entre dos polaridades: el movimiento y la quietud, ser nómada o ser sedentario. Eso ha marcado toda la existencia de la raza humana. Las civilizaciones no son otras cosas que el resultado de los grandes movimientos humanos y la historia de los asentamientos. Y esto no ha cambiado, nuestra especie sigue siendo extremadamente vital. Estas luchas por atravesar las fronteras y sobrevivir evidencian la vida, nuestra vida. Esto transporta sueños, motivaciones, anhelos. Eso nos hace grandes. Esto es muy grato. Sin embargo, lo triste es que cuando se da el encuentro entre dos mundos, el miedo sustituye la esperanza. ¿Qué hacer? Eso es lo que como sociedad todavía tenemos que descubrir.
¿Su libro también es una reflexión del poder que ejercen los fuertes sobre los más débiles (en este caso los migrantes)?
En el encuentro con el otro siempre se verifican instancias de poder. El que ha edificado en un entorno que llama “suyo”, siempre se siente con más derechos que el que llega. Porque cuando alguien llega de visita sin el fantasma de querer quedarse, la visita es bien recibida. Porque al final, la migración es un problema que está enraizado en el poder del dinero. Digamos que los venezolanos que están llegando a Colombia fueran todos muy ricos, gente muy adinerada. ¿Creen que tendríamos problemas con ellos? Por supuesto que no. Buen caballero es don dinero. Y esto es algo que pasa en todo lado: en Estados Unidos, en Europa, en cada lugar del mundo. Se rechaza al migrante que llega en situación de pobreza buscando un futuro.
Al inicio del libro Solymar toma lo que es un insulto, la palabra “alienígena”, y se apropia de ella para resignificarla, ¿de qué forma resignificar ayuda?
La palabra alienígena tiene una primera acepción, diferente a la que creemos: el otro. Un alienígena es una persona nacida en otro lugar. En esencia, todos lo seríamos. Eso lo entiende Solymar muy bien y prontamente, porque sabe que es una manera de salvarse a sí misma y de entregar a lo demás esa misma condición de otredad. Cuando hablo del libro con los niños, parto del significado inicial de esa palabra. Les pregunto qué creen que significa alienígena y me dicen, obviamente, que extraterrestre y marciano. Y les digo que sí, pero que alto, porque esa palabra también hace referencia al que nace en otro lugar. Con eso en mente les pregunto que quién ha nacido en otro lugar y empiezan a contar sus historias familiares de migración. Es decir: se descubren alienígenas.
Para escribir sobre este tema y retratar la soledad del migrante, ¿hizo algún trabajo de campo o tuvo algún referente?
A estas alturas todos tenemos cercanía con nuestros amigos venezolanos. Ya tenemos trato cotidiano con ellos. Antes no era así, antes uno tenía un familiar que quizá vivía y trabajaba en Venezuela. Pero ahora son amigos nuestros, hacen parte de nuestros círculos familiar, laboral y social. No es necesario hacer una labor de investigación demasiado intensa para estar en contacto con ellos y saber cuáles son sus percepciones.
Si bien en la novela es evidente que los migrantes son venezolanos, nunca se menciona su nacionalidad ni de dónde vienen, ¿por qué?
Si bien es cierto y es verdad que todo apunta a que son venezolanos, no quería que necesariamente fuera tan obvio. Ahora que estamos trabajando para las ediciones para otros países, estoy adaptando las cosas para reflejar estos conflictos que existen en otras latitudes. Para la edición argentina todo apuntará a que los migrantes vienen de Chile o Perú, mientras que para la mexicana, que son de Centroamérica. Esto porque cada migrante llega con su propia carga cultural y sus visiones. Porque este fenómeno no es solo colombovenezolano, esto es humano. Por eso nombrar podía ser reduccionista.
Los niños de la novela replican, de una u otra forma, lo que escuchan de los adultos. Es decir, se vuelven altavoces de los prejuicios de los mayores y se apropian de ellos…
Hay un personaje, un niño, en la novela que le hace matoneo a Solymar. Le dice comegatos y se inventa ciertas cosas porque no comprende por qué ella tiene el deseo de salvar gatos callejeros. Pero él lo que está haciendo es ser el transmisor de un relato que se ha configurado en el imaginario de los adultos. Él se intenta disculpar en algún momento y dice que él qué puede hacer si eso es lo que escucha cuando hace las tareas en la tienda de su padre. Él escucha que los adultos dicen que los migrantes vienen a quitar el empleo, que no les gusta trabajar, que están desapareciendo los gatos. Él, con todos estos relatos, hace el suyo propio, lleno de prejuicios ajenos.
¿Por qué es importante incluir a los niños en el tema de la migración?
Porque cuando se comprende que la migración es propia de la naturaleza humana, independiente de cual sea su motivo, logramos entenderlo a cabalidad. Eso incluye a los niños que son agentes de opinión y que pueden ser protagonistas de un proceso migratorio o testigos. Necesitamos que los niños tengan una comprensión mayor del proceso migratorio, no para que lo vean como un problema, sino como una oportunidad. Los niños deben ver la migración como una posibilidad de desarrollo social y económico. Enseñar esto, creo, nos ayudaría mucho en la convivencia y en el entendimiento de los procesos históricos. Además, entender la migración es entender al corazón humano. Porque cuando un niño comprender que ese viajero, que no está en las mejores condiciones, se ve obligado a abandonar su país por el amor a la vida, algo en él o en ella cambiará para siempre.
Se dice que la literatura y el arte en general son testigos de su tiempo. Bajo esta mirada, ¿qué papel juega la literatura infantil en una coyuntura como esta?
A la literatura infantil no se le debe escapar ningún tema, incluso aquellos que, entre comillas, “no son para niños”. Todos tienen que encontrar un abordaje apropiado. Incluso los más oscuros y terribles, los más execrables. Incluyendo la violencia, la perversión, el crimen, la delincuencia. El trabajo del escritor para niños es adecuarlos para niños. Sería contraproducente que hubiera escenarios de la realidad vedados. Dejaríamos a una población enorme fuera de debates necesarios y actuales. Por eso, repito: todos los temas deben caber en la literatura infantil. Los autores somos cronistas de nuestras épocas, de nuestros tiempos y de nuestras circunstancias. Y las circunstancias no siempre son las más felices o maravillosas. Pero la literatura tiene que estar a la altura.
Algo que llama la atención es que en esta novela el rostro de la migración está representado por tres mujeres: Solymar, su madre y su abuela, ¿por qué esta decisión de mostrar el proceso migratorio a través de una perspectiva femenina?
En mi opinión, las mujeres encarnan mejor que nadie los procesos migratorios. Quizá sea controversial lo que diré, pero a los hombres se relacionan más con procesos de conquista o guerra. En cambio, las mujeres, generalizando, llegan en un proceso de entrega y asimilación cultural. Llevan en sus vientres a sus hijos, pero también el conocimiento y su cultura y la memoria de un país.
En la novela, a pesar de los miedos y de las fobias, la cultura traspasa novelas. Específicamente, con los dulces que Solymar y su familia llevan desde su país y que enamoran a todo el mundo…
La motivación, debo decirlo, surgió de la realidad. Efectivamente, como decía antes, ya todos tenemos amigos venezolanos y gracias a estas amistades tuve la posibilidad de conocer la gastronomía venezolana. Allá tienen una variedad de golosinas impresionante. Unas muy parecidas a las nuestras; otras, muy diferentes. Tienen mucha diversidad de dulces, mermeladas, pasteles. Son ricos, en el doble sentido: de deliciosos, pero también de ser de todos los colores, sabores y olores. Y finalmente, esto hace parte de la gran fortuna de los procesos migratorios: el enriquecimiento cultural.